Hace años trabaje en una oficina técnica.
Ahora las llaman Ingenierías, cobran más dinero por hacer el mismo trabajo, pero en inglés.
Estaba situada en la primera planta de un edificio seudo modernista del Paseo de Gracia de Barcelona.
Por las mañanas acostumbraba a salir a tomar un café o a desayunar (nos daban 20 minutos) era una verdadera gozada, sobre todo si hacia sol.
Andar por el amplio paseo, la luz filtrándose a través de los árboles, con el ruido de los motores de los autobuses y los coches que circulaban.
Las personas que se paraban a mirar las tiendas (la mayoría turistas) con sus vestuarios variopintos, ejercían en mí un efecto tonificante que me daba vitalidad.
Al mediodía teníamos dos horas para comer, lo que me permitía ir a casa.
Cogía el metro en la estación de Paseo de Gracia de la línea 3, cada día alrededor de las dos y diez bajaba las escaleras y acedia al andén.
Y allí estaba él andando y desandando la parte superior del mismo.
De repente paraba, se ponía de puntillas, estiraba y levantaba el brazo derecho y alargando la mano que sujetaba un bolígrafo como si fuera una batuta, cantaba unas frases de la opera La Tosca de Puccini, daba un pequeño salto y sonreía levemente.
Después continuaba su camino, y a los tres o cuatro pasos repetía el ritual i el canto.
Era alto y delgado, vestía un traje que en otro tiempo había sido elegante y de calidad, todavía conservaba la dignidad de sus orígenes, los zapatos eran viejos pero estaban muy limpios, así como la camisa y la corbata eran presentables.
Era mayor, pero se mantenía erguido, el pelo gris, con muestras de su origen castaño, bien peinado a pesar de sus saltitos. El rostro con una expresión de picardía estaba adornado por un fino bigote, que al acabar el canto se inclinaba en una sonrisa de complacencia.
Yo a veces perdía el tren embobado con su representación.
Parece ser que iba casi todos los días a media mañana y actuaba durante unas horas.
Con el tiempo se dio cuenta que lo escuchaba, i nos empezamos a saludar, solamente con una inclinación de cabeza, que yo le respondía.
Finalmente, un día que había salido antes, lo vi sentado en el último banco y me decidí a abordarlo. Lo salude y me presente.
- Buenas tardes, me llamo Albert, y soy un admirador suyo.
- Por tu aspecto, estas bien situado? Ganas bastante con tu trabajo? Me contesto ante mi sorpresa.
- A qué viene esta pregunta?, le dije con una cierta duda.
- Yo soy capaz de hacer saltar la banca en el casino.
- Me parece estupendo, y porque no lo haces?.
- Necesito dos millones de euros para conseguirlo.
Por suerte en aquel momento llego mi tren y rápidamente me despedí, sorprendido y aturdido, pensando que estaba perturbado.
Los próximos días, lo veía con su ritual y el ya no me saludaba, pensé que era mejor así, ya que el tema del dinero y el casino no me agradaba en absoluto. En estos asuntos irregulares yo siempre salía mal parado.
Al cabo de un mes, lo vi sentado en su banco, con aspecto triste, y sin darme cuenta me aproxime, levanto la cabeza y me vio
-. Ya has reunido los dos millones ?, me pregunto mirándome a los ojos.
-. No creo que pueda, le conteste.
-. Bueno, es igual, no tiene mucha importancia.
-. Porque cantas aquí todos los días?, le pregunte.
-. Me gusta, y me libera, este es mi trabajo.
-. Y la gente que te dice?
-. Yo no les molesto y ellos a mí tampoco
Se levantó y continúo con su ritual.
Continúe viéndolo, pero ya no nos hablábamos, así pasaron los meses.
Yo cambie de oficina, deje de verlo.
Pasaron los años
Hoy estaba en el metro y al llegar al andén del Paseo de Gracia, he oído el aria de La Tosca de Puccini y cerrando los ojos lo he visto.
Estaba loco? O simplemente era feliz porque hacia lo que le gustaba, sin importarle el mundo que le rodeaba?
A lo mejor muchos tendríamos que tomar su ejemplo y salir a la calle o a un andén, a cantar lo que nos apeteciera, con un bolígrafo en la mano como si fuera una batuta, y pasar de tanta porquería que nos rodea.
Así a lo mejor el mundo de nuestros hijos tendría algo de alegría.
Nunca más lo he vuelto a ver, pero no lo he olvidado, se llamaba Ramón Julibert y murió a finales del 2013.
“No canto porque soy feliz. Soy feliz porque canto” William James
31 de Octubre de 2017 – Albert Danes
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